«Insolentes, Insilentes, Insumisas, Ficción
autobiográfica». Varias autoras
Por, Marisol Vera Guerra (Monterrey, 11 de julio de 2024)
Un lenguaje propio
Hace 12 años, recién llegada a Nuevo León, me pregunté por primera vez si existía una escritura femenina, un lenguaje propio de las mujeres. Dos hechos condicionaron esta pregunta: 1) me habían invitado a coordinar un círculo de lectura sobre literatura contemporánea a través de CONARTE, y 2) me acababan de despedir de mi empleo como promotora de lectura en una institución, por estar embarazada. Estas dos circunstancias, que no parecían tener demasiada conexión entre sí, marcaron un parteaguas en mi manera de entender la literatura. Me encontraba frente al mundo, sola, con una criatura en el vientre y un niño de la mano, lejos de mi familia y sin sustento. Tenía dos opciones: volverme al pueblo del que había salido media vida atrás, con la cola entre las patas, aceptando que la tradición siempre había tenido razón y que las mujeres no podemos escribir y criar a la vez, o asumir la tarea laboriosa de tejer mi destino a mano, hilo a hilo, a veces con puntadas minuciosas y delicadas, y otras con remiendos un tanto salvajes. Dado que estoy escribiendo este prólogo a un libro escrito por mujeres, ya anticiparás cuál fue mi decisión.
Formé un círculo de lectura en torno a autoras contemporáneas como Cristina Rivera Garza, a quien había conocido en Tampico y que nos había prologado una antología de escritores jóvenes del sur de Tamaulipas; Reneé Acosta, que fue la primera escritora de carne y hueso a quien vi haciendo una recopilación crítica sobre poesía escrita por mujeres en el Norte de México; o Silvia Tomasa Rivera, a quien había leído, siendo muy chavita, en una antología con cien poetas mexicanos y, además de la belleza de su voz, me había impactado que fuera originaria de El Higo, Veracruz, una comunidad cercana a Tantoyuca, donde pasé mi infancia («¿entonces las poetas pueden nacer en cualquier parte?»).
Y de pronto, la escritora Celeste Alba Iris, cuya obra también había considerado para mi estudio, me lanzó la pregunta: “¿Eres feminista?”. “No −dije−, no sé nada sobre feminismo”. Y entonces, palabras más, palabras menos, ella me dio la gran revelación: “Desde el momento en que has decidido estudiar obra escrita por mujeres, estás asumiendo una postura política”.
Desde ese día, mi ojo se agudizó, enfocándose en obra escrita por mujeres. Y me he terminado respondiendo aquella pregunta iniciática: “Sí, sí existe un lenguaje propio, vivencias que solo nosotras podemos representar, imágenes que solo nosotras somos capaces de construir desde el útero”. Así he llegado a este libro, muy bien nombrado IN silentes, IN solentes, IN sumisas, dividido en cuatro estancias: “Mi afuera”, “Mi genealogía”, “Mi madre” y “Alguien llamada yo”, que sigue la línea de los libros híbridos, donde se mezclan los elementos reales de la vida con los ficcionales, y diversos géneros: cuento, relato, crónica, poesía, dibujo, fotografía documental.
Esta tendencia a amalgamar géneros literarios y lenguajes, precisamente, es un rasgo común de la literatura escrita por mujeres. Carolina del Olmo, en su prólogo al libro El nudo materno, de Jane Lazarre, lo señala como algo común en los libros que ha leído sobre maternidad. Y en mi ejercicio como editora, por más de 15 años, podría extrapolar esta observación a temas como la violencia, la enfermedad y la representación del cuerpo, en libros escritos por mujeres.
Marisol Vera Guerra
Definitivamente, por cada relato en la primera parte de este libro, “Mi afuera”, yo podría hacer otro, completamente verídico: esas sutilezas no advertidas, gritos de auxilio en las miradas, como lo evidencia Myrna del Carmen Flores en “Resplandor y penumbra”; ese cuerpo de niña, asediado por viejos chacales, que Fernanda Meraz expone a nuestros ojos, o esa frase acuñada por Laura Navarro: “Ninguna mujer debería sentirse avergonzada por no saber parir”; muchas veces quise decirle a la protagonista de “La vida nueva”, yo sé lo que sientes; parí a mi tercera hija el día de mi cumpleaños y, tres años después, pasé el Año Nuevo en un hospital, cuidando a esa misma hija, tras un accidente. En ambos casos hubo una mirada de sospecha y juicio sobre mi cuerpo y sobre mi papel de madre.
En “La cenicienta y yo”, Margarita Hernández López retoma el tema clásico de las zapatillas, símbolo del camino andado y por andar. Desde la interpretación psicoanalítica de Clarissa Pinkola Estés, en el cuento de las zapatillas rojas, estas simbolizan la energía vital, el deseo, la vida que danza con frenesí; cuando es la mujer quien las teje a mano, obtiene sabiduría y templanza; cuando llegan disfrazadas de escandalosa aventura, se convierten en pesar. En “La Cenicienta”, por otra parte, las zapatillas representan pureza y fragilidad. En estas páginas insumisas, sin embargo, vemos a una hermana madrina terrenal con su tarjeta mágica, que ya no necesita ni pureza ni aventura desbocada, solo la comodidad y la magia de una buena velada.
A lo largo del libro veremos aparecer a otras hermanas, cómplices, testigos, rotas, cicatrizadas, de pie… En la estancia “Mi genealogía”, por ejemplo, Rossy Aguillón nos entrega la historia de Eva, una niña que encarna miles de historias ocultas entre los muros, donde la mejor amiga es también una hermana, las primas se convierten repentinamente en hermanas, y los que parecían serlo originalmente, ahora están separados, sin una explicación.
De las autoras, sabiamente reunidas en este libro, es Mónica Cavazos en quien más percibo la hibridez que apunté más arriba: su pluma danza entre la narrativa, el ensayo, el verso libre y la poesía visual. De los textos que nos entrega, destaco el relato de “Emilia, la no loca, la traicionada, la rota”, donde me parece ver, acaso, asomándose el germen de una novela. Las vidas de las mujeres transcurren de formas paralelas, con tragedias simultáneas, donde una parece contener a la otra:
Emilia murió a los dieciséis o diecisiete años; no tuvo hijos o tal vez sí, nunca se supo. Mi abuela murió a los noventa y ocho y tuvo once hijos. Es como si hubiera vivido su vida y la de Emilia, tuvo sus hijos y los que le tocaban a su hermana […]
Empecé este prólogo hablando sobre poetas, y es que la poesía también tiene un sitio especial en IN silentes, IN solentes, IN sumisas, no una poesía esteticista, sino una que se aproxima al diálogo interno, con un lenguaje comunicante cuyo mayor valor está en la expresión de los afectos, como es el caso de quien firma como Clarita, y confiesa a la abuela Clara:
No supe quererte más cuando era niña
pero llevo tu nombre
como una bandera.
Cristina Ruiz, por su parte, en la estancia dedicada a “Mi madre”, teje una prosa poética para narrar la nostalgia:
Recuerdos. Solo esa palabra y la letra inconfundible de su madre en el rectángulo de papel. El rulo notorio en el cruce de la R; la e casi cerrada; la s, una insinuación en onda sutil al final, como queriendo estirarse hacia algo inalcanzable. […] El tiempo transcurre sin relojes en el silencio de la casa […]
Rocío Buen Abad nos enfrenta, también, a la ausencia, la muerte, la necesidad de reordenar la existencia, una pesada tarea frente a los objetos que alguna vez formaron parte de la cotidianidad de quien estuvo viva… porque todos esos objetos que la racionalidad se empeña en ver como simple composición del mundo, terminan siendo −citando a Aura García Junco−: “Otra cosa para la que no alcanzan las palabras”.
Natalia nos remite, por otra parte, a dos de los géneros históricamente más desarrollados por las mujeres escritoras: el género epistolar y los diarios. Con una sencillez luminosa nos revela verdades deslumbrantes: “Me escribo a mí cuando me pierdo”; “Las cartas más honestas las he escrito a mi madre”. Camila Sánchez Bolaño abre y cierra las persianas del pensamiento para mostrarnos, asustadiza o retadora, a los demonios interiores, pero siendo sincera… ¿quién de nosotras no los tiene?
En la última estancia, “Alguien llamada yo”, en uno de los relatos finales, Liz E. Islas resignifica la ira y la evocación de la herida como partes del proceso terapéutico, mostrándonos como una mujer ha logrado confrontar a su agresor, porque “El del miedo tiene que ser él”.
El tema de la madre o de la no-madre, las ausencias y orfandades; las violencias institucionales sobre el cuerpo de las mujeres, especialmente aquellas más vulnerables, las niñas, las privadas de su libertad, las sepultadas en el anonimato, van tomando por fin su lugar en la literatura universal gracias a iniciativas valientes, audaces, como esta, que recuperan la memoria de las ancestras para reinventar el presente y allanan el camino para las caminantas que están por llegar y contarnos sus historias.
Libro: Insolentes, Insilentes, Insumisas, Ficción autobiográfica
Editorial: Tinta en las uñas / Ediciones Morgana
Año de publicación: 2024
Autoras: Mónica Cavazos, Camila Sánchez Bolaño, Laura Navarro, Liz Estela Islas, Margarita Hernández López, Myrna del Carmen Flores, Natalia Jareni Ayala, Rocío Buen Abad, Rossy Aguillón