La semejanza entre caminar por aquel sendero norteamericano y escribir poesía es una guía para entenderla.
«[…] llega ese rato, sin pretender o a propósito, que te adelantas o te atrasas: es la soledad empujándote a caminar por su propio sendero»
La magia, cuando camines el sendero de los Apalaches, es disfrutar de la soledad. Aun cuando viajes con alguien, aunque te sea necesario un acompañante en ciertos momentos, llega ese rato, sin pretenderlo o a propósito, en el que te adelantas o te atrasas: es la soledad empujándote a caminar por su propio sendero.
Cuando escribes poesía ocurre algo similar, te deshaces de ideas carentes de simbolismo, que no suenan bien, que no son bellas para lo sucio o feas para lo limpio. Borras, tachas y te quedas solo. Escribe lejos de cualquier compañía. Metes el entorno por tus sentidos y lo sacas ya traducido a través de tus «yoes», al menos por alguno de ellos. Es tu Arte. Puedes caminar solo, clamar y gritar sin que el eco de nadie, nadie, nadie te escuche. Es una fluctuación de grandeza y pequeñez percibida al mismo instante. Como si estuvieras recorriendo aquel sendero, nunca serás W. Leonard y recorrerás la poesía en sesenta días, pero quizá no te caigas cinco mil veces al escribirla como el ciego que lo recorrió con su lazarillo. Solo tú llevas tu paso, nadie mira lo que tú, ni nadie tiene tu rostro como receptor del viento y tu espíritu aprehensor de lo que te evoca.
Las fotos de los Apalaches se comparten después. Muchas serán trascendentes, o solo tú las entenderás, algunas más se echarán a perder y otras, aunque te digan que les gustan, no van a agradarles a los demás. Lo mismo pasará con tus poemas, ya lo sabes. Recorre la poesía a tu paso, no a tu modo, pues siempre hallarás recomendaciones para continuar por el sendero. Los que recorren los Apalaches siguen las mismas normas, pero todos tienen experiencias distintas.
¡Buen viaje!