Maias

Escucho la lluvia y mis recuerdos escurren. Es siete de mayo, como cuando hace un año coloqué la imagen de la Divina Madre o Madre Milagrosa y solicité protección para la mía. A sus ochenta y cinco años, mi madre entró al quirófano por segunda vez en menos de tres meses.

Gran parte del día estuvimos en la sala del hospital donde la intervinieron, la cirugía tardó más de lo esperado. Al salir, el médico nos dijo que el procedimiento había salido bien, pero no encontró nada respecto a unos valores extraños que se habían encontrado en los análisis previos. Por la noche, estábamos asustadas, sus pupilas dilatadas y oído agudo indicaban que la anestesia no terminaba de pasar, pero luego quedamos tranquilas.

En semanas siguientes, recorrimos un camino sinuoso entre certezas y zozobra mientras se recuperaba. Las certezas eran porque la red de apoyo funcionó siempre, unas veces mejor que otras, y zozobra era porque desconocíamos el origen de algunos malestares que no cedían. Cuando fue evidente su progreso, viajó a otro país, luego a su casa y después volvió a Monterrey. Aquí cocinamos en familia, miramos juntas una y otra vez Café con aroma de mujer en Netflix. Yo conocía esa telenovela de otra época, esta vez mi madre me presentó al guapo de William Levy. Aprecié la actualización que le hicieron al guion, pero no me encantó. Leímos juntas por las tardes, me habló de algunas cosas del Ensayo sobre la ceguera y de Cien años de soledad, le encantó El lector de Bernard Schilnk, igual que a mí. Recibió visitas, se preocupó de que hubiera galletas y café para cuando sus hermanos la acompañaran. El sábado seis de agosto cocinó el asado rojo norestense en su versión vegetariana y no vegetariana, y compartió la receta. Al día siguiente preparó arroz con leche para toda la familia. Para el jueves once, que me tocó guardia vespertina, apenas se sostenía. Al día siguiente nos visitó la geriatra, me explicó cualquier cantidad de medidas necesarias y comenzamos un tratamiento renovado, ad hoc a la situación.

A mediados de septiembre, me encontraba como un torbellino frustrado al volante atorada en el tráfico matutino de Avenida Constitución. En mi mente tenía la imagen del oxímetro que había recibido por Whatssapp antes de salir de casa. «Vente tranquila», dijo mi hermana. Nos acompañamos toda esa mañana y digo «nos» porque mi madre, bastión del optimismo y la fe, nos acompañó a mis hermanas y a mí, y nosotras a ella. Se despidió cerca de las dos de la tarde. Le conté a un amigo que mientras una de mis hermanas le sostenía su mano, le dio un apretón, exhaló por última vez y se fue. Él me dijo: «Nunca un apretón de manos será igual». Desde entonces, nunca un apretón de manos ha sido igual.

La lluvia cae suavemente mientras observo un pájaro posado sobre el tubo más alto del departamento de enfrente, que parece resistirse a volar. De repente, un relámpago ilumina el cielo y me hace reflexionar sobre lo que la naturaleza nos oculta y revela, según nuestra mirada más profunda. Estamos en mayo —Maias, Maiores—, cada detalle de este momento parece evocar su presencia y su recuerdo: es el mes de los mayores, el mes de la madre de Mercurio, el mes de la madre. Es el mes de mi madre.


MAIAS | Nancy Medellín

Nancy Medellín (Monterrey, Nuevo León) Apasionada por la lectura y la escritura. Tiene estudios formales en administración, en psicología laboral y en psicología positiva. Es practicante de yoga, meditación. Promotora de lectura en círculos íntimos. Escribe poesía, ensayo, prosa narrativa y relato. Sus publicaciones en proceso de construcción; entre otros, su libro Ultramar. Se prepara en ensayística, ejercita la escritura libre para mujeres con un enfoque de plenitud femenina.

Participa en diferentes grupos y proyectos literarios, plataformas para promover la lectura, escritura, a poetas, ensayistas, narradoras y narradores.

2 comentarios en “Maias”

  1. Un texto evocador, lleno de ternura y de significados.
    “Nunca un apretón de manos será igual”, cuánta razón, especialmente al ser el de una madre.
    Tus textos son entrañables, querida Nancy. Agradecida por tu encomiable perseverancia y por la generosidad de compartir tu escritura.
    Te abrazo fuerte.

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