Ganador del II Concurso de Cuento de Voz del Narrador.
Aparecimos en medio del mar. Abrimos los ojos, y ahora estamos flotando con unos chalecos naranjas con letras chinas en los costados. Minerva y yo llevábamos separadas meses. Tomamos unas vacaciones en el desierto para encontrarnos a nosotras mismas y curar todas las heridas. La noche fue tranquila. El calor de la fogata nos consoló. Nos habíamos jurado nunca más levantarnos la voz, pero ahora tenemos que hacerlo. Minerva está muy lejos; el agua nos separa. Sé que está viva porque levanta las manos y dice cosas que no alcanzo a entender.
—¿Esto era parte del retiro? —no sé de dónde saco tanta fuerza para gritar así.
Minerva se queda quieta a cada grito que doy. Estoy segura de que no puede escucharme. La última vez que le grité en tierra firme también se quedó como una estatua. Anoche hablamos casi a susurros. De hecho, el crepitar de la fogata nos parecía un estruendo casi ensordecedor. El sonido del mar nunca había sido tan nítido. El agua nunca me había parecido tan infinita. Minerva grita algo. Sigo sin entender muy bien, pero estoy casi segura de que dijo algo sobre sus gatos.
—¿Te acuerdas cuando rasgaron las cortinas? Ese día te confesé que detestaba esos colores —la garganta comienza a doler.
Siento cómo los dedos de mis manos se arrugan. Desconozco el tiempo que llevamos flotando. Espero que algún barco, un helicóptero, como en las películas, aparezcan. Incluso tengo la ilusión de que sería hermoso que algún animal terrestre apareciera nadando. Nada de eso ocurre. El tiempo pasa y el calor se hace más insoportable. Anoche, el frío que desaparecía por el calor de la fogata era agradable. Incluso sentir la arena era muy bello. Tocar tierra con los pies siempre me ha dado seguridad.
—¿Te das cuenta de que hubiera sido mejor idea ir a la playa? Esto pudo haber sido parte del plan.
Minerva levanta con dificultad los brazos. Llevo algunos minutos sin escucharla. Parece como si quisiera descifrar lo que dicen las letras al costado de su chaleco. Arriba, una nube muy delgada, blanca, pasa. No sabía que las nubes podían transportarse tan rápido. Con qué ligereza flotarán las partículas de agua en ellas. Cómo flotamos nosotras con tanta ligereza. Anoche el cielo estaba estrellado. Me puse a jugar pensando en que las estrellas eran todas las frases que Minerva algún día me dijo. Jamás había visto tantas. El titileo de ellas me recordó al sueño que teníamos de ser rodeadas por tantas luciérnagas que nos desmayáramos de la impresión.
—¿Qué me dijiste anoche? Fue algo sobre que habías puesto un bebedero de pájaros en tu departamento. ¿Funcionó?
Mis labios se secan. Sé que en ese momento tendría que anhelar que una lluvia llegara milagrosamente. Minerva no se mueve. Su cabeza está muy ladeada; ella siempre dormía así. Sus piernas se cruzaban con las mías, se estiraban y luego torcía el brazo. Así terminaba yo en la orilla de la cama. Siempre he sido muy pasiva. Anoche nos fuimos a dormir en carpas separadas porque empezábamos a discutir. Me acosté mirando el techo de tela, firme, sin manchas, tan limpio. Ojalá esto pudiera ser un sueño. Ojalá y fuera yo una partícula de agua en una nube.
—¿Te acuerdas cuando casi me ahogo en el río? Ese día tomé mucha agua con sabor a algas. ¿Te conté que después de eso empecé a preparar toda la comida con algas que compraba en el mercado chino? Perdóname por mentirte el día en que me preguntaste si el caldo tenía pescado. Te juro que siempre consideré tu alergia a los mariscos. Solo necesitaba superar el trauma. Cuando te fuiste dejé de hacerlo. Mira, ahora sí traemos unos chalecos puestos.
Minerva se hace cada vez más pequeña. Ahora es un punto naranja con un detalle negro sobre ella. La nube ha desaparecido. Ya no siento mis piernas. El sabor del mar tiene algo en común con el del río. Ambos huelen a algas, a pescado, al día en que casi muero ahogada. No sé si está anocheciendo. He visto demasiado el reflejo del sol en las pequeñas olas del mar que ya no distingo nada.
—¿Te acuerdas de que anoche me dijiste que todo estaría bien?
Pseudónimo: Teresa Luna
EL PESO DE LAS PIEDRAS | Alam Bernabé González Huerta
Alam Bernabé González Huerta (México, 1997). Tiene estudios en física, matemáticas (UNAM) y creación literaria (UACM). En el ámbito de la escritura se ha desempeñado como guionista y copywriter. Es videógrafo aficionado y le interesan las prácticas multidisciplinarias.
Fotografía (2023) por TT Sánchez
Es un gran texto. Desde ese comienzo llena de asombro al lector porque no explica y después la historia se va armando entre pensamientos y monólogos. Me gusta mucho cómo juega con esto: «Nos habíamos jurado nunca más levantarnos la voz, pero ahora tenemos que hacerlo.» A veces lo que uno quiere hacer y lo que hace no depende más que del contexto. Me encantó. Felicitaciones al autor y qué bueno que Voz del narrador organice estos espacios. Gracias por la literatura.
Melina, gracias por tu comentario. Al igual que a ti, a nosotros nos gustó el respeto de Alam hacia el lector, confiándoles esa parte que les toca y respetando su inteligencia. Tienes toda la razón, él utiliza la antítesis de manera muy efectiva.
Que buen cuento. Me gusta el recurso que utiliza al ir intercalando momentos de la noche anterior. Felicidades al ganador y al jurado por la selección, probablemente no fue sencilla entre tantos textos.
Así es, Nancy, Alam utilizó muy bien la analepsis.
Me gustó, muy buen cuento. El final me hizo chillar, leyéndolo podía imaginarlo como si viera una película.
Agradecemos mucho tu comentario y estamos encantados de que hayas disfrutado del cuento. Tu entusiasmo y la forma en que te sentiste inmersa en la historia nos alegra profundamente. Esperamos seguir brindándote contenido que te emocione.
Es increíble transmitir tantas emociones en tan pocas líneas. ¡Que talento! Bravo.
Chloé, apreciamos mucho tus palabras y tu aprecio por el cuento. Transmitir emociones en pocas palabras es todo un desafío, nos alegra saber que el cuento de Alam lo logro. Gracias por tu elogio y por tomarte el tiempo de compartir tu opinión.