Mención honorífica No. 1

La Primera mención honorífica del II Concurso de Cuento de Voz del Narrador, se otorga al cuento:

«La ranita que temía a la oscuridad»

Los fósforos que la ranita encendía y dejaba consumir hasta quemarse los dedos, aprovechando así cada segundo de luz, no eran suficientes para hacer frente a la oscuridad de la noche. Cuando la llama del último fósforo se desvaneció, la ranita, desesperada, comenzó a saltar rápidamente hacia el estanque, donde los árboles escaseaban y la luz de la luna y las estrellas se reflejaban en el agua, iluminando los alrededores. La ranita creyó que se sentiría segura en el estanque, pero esa noche había muchas nubes en el cielo y la luna, que siempre le protegió de la sombra, ahora, totalmente negra, parecía el portal de donde provenían todas las visiones y formas a las cuales temía. La ranita comenzó a saltar nuevamente, más rápido que antes, y se dirigió a la playa con la esperanza de que la marea hubiese arrastrado algo de esa alga azul fluorescente que había visto en otras ocasiones; pero no fue así, las olas eran tranquilas, tanto que no producían sonido, y solo traían consigo espuma y peces muertos. Entonces, la ranita se dirigió, esta vez lentamente, al otro lado de la isla, esperando poder ver el faro de la isla vecina. Y así fue, el faro cortaba como una espada la oscuridad y la niebla. La ranita pasó el resto de la noche despierta y, en cuanto salió el sol como una venus del agua, la ranita pudo aceptar la oscuridad bajo sus ojos y pudo dormir.

Una noche, la ranita sostenía con dificultad (se quemó tanto los dedos con los fósforos hasta que le salieron ampollas) una bengala, la cual se apagó en poco tiempo. La ranita comenzó a llorar cuando la oscuridad apareció; lloró tanto que sus sentidos se anularon y no escuchó las alas del cuervo que se desprendió de entre la oscuridad como la hoja de un árbol. Notó su presencia cuando se le acabaron las lágrimas. La ranita brincó del susto e intentó huir, pero al estar a oscuras resbaló y se golpeó en la cabeza, quedando inconsciente.

Cuando la ranita despertó, el cuervo seguía ahí. No se veía tan tenebroso a plena luz del día; era un cuervo que comenzaba a verse gris. Pasaron unos minutos antes de que la ranita dijera algo.

—¿Has velado mi sueño? —dijo la ranita sin obtener respuesta.

Los cuervos de esa isla tenían la peculiaridad de poseer un número limitado de palabras. Después de ese número, vivían en silencio, pero si decían más, aunque fuese solo una palabra, morían.

La ranita no dijo nada más e intentó dormir. El cuervo desapareció antes de que anocheciera.

Una luz color miel despertó a la ranita, quien despertó feliz creyendo haber dormido toda la noche y haber despertado con el primer destello del sol. Pero no, era el cuervo, quien volvió con una lámpara de aceite. El cuervo acompañó a la ranita esa noche, quien cantó alegremente, pues nunca había tenido una luz que durara toda una noche.

Cuando la lámpara de aceite se apagó, varios días después, la ranita volvió a sentir miedo.

—Ya no hay aceite— fueron las primeras palabras del cuervo. ¡Que palabras más tristes!

La ranita rompió en llanto. La oscuridad comenzaba a parecerle algo ajeno y ahora, exactamente esa noche, era la noche más oscura de todas las noches. Una noche sin estrellas y sin luna. ¡Incluso la ranita creyó haberse quedado sola! Pero la luz volvió: era el cuervo con una barra fluorescente en el pico y un trozo de oscuridad, negra como esos gatitos de ojos amarillos que dicen que traen mala suerte, en las patas.

—El faro— dijo el cuervo, y la ranita lo tomó como una orden: había que ir al faro.

El cuervo colocó el trozo de oscuridad, al que previamente hizo agujeros con el pico, alrededor del faro, y la imagen resultante era bella: la proyección de un cielo estrellado. Los ojos de la ranita, que también eran negros, brillaron como la gota de tinta que inicia un poema. En ese cielo artificial, la ranita veía constelaciones de otras ranitas que saltaban, cantaban y… Una ráfaga de viento se llevó el trozo de oscuridad. La ranita se puso muy triste.

—¿Alguna vez disfrutaste de la luz y la oscuridad al mismo tiempo? La luz del faro no desapareció la oscuridad, solo la atravesó. No se pueden mezclar, pero sí coexistir. —La ranita dejó caer una lágrima, la cual atrapó el cuervo con unas de sus alas—. Incluso de tus ojos, que también son negros, puede nacer la luz—dijo el cuervo mientras sostenía la lágrima de la ranita, que brillaba como una perla a contraluz.

Esa misma noche en el faro, la ranita estuvo en vela mirando el mar.

En la mañana, el cuervo con sus alas le hizo señas a la ranita para que lo siguiese.

Caminaron por mucho tiempo y casi al anochecer llegaron a la entrada de una cueva. El cuervo le dijo a la ranita que esperara. Fue solo un instante. El cuervo regresó con una antorcha improvisada con remo y las velas de un barco, la encendió con la ayuda de una lupa y el último rayo de sol del día. El cuervo sostuvo la antorcha con ambas patas y le dijo a la ranita que lo siguiera, mientras juntos penetraban la oscuridad.

Llegaron a un jardín lleno de flores lilas y un perfume enervante.

—En la sombra crecen flores a las cuales la luz es como una mano furiosa en la que se arrugan como papel— dijo el cuervo mientras acercaba la luz de la antorcha a una flor. La flor, sin ser tocada por el fuego, se deshizo como si estuviera hecha de polvo.

Caminaron un poco más y empezó a hacer frío. Había personas alrededor. La ranita, que nunca había interactuado con humanos antes, se sorprendió con aquellos seres. El cuervo acercó la antorcha y reveló que eran solo figuras. La emoción de la ranita no desapareció, pues ante la luz los rostros eran todavía más bellos. Pero los rostros empezaron a deformarse: las figuras eran de hielo. El cuervo continuó avanzando y la ranita lo siguió.

La antorcha comenzó a perder algo de luz. El cuervo y la ranita llegaron a un estanque, y la ranita ni siquiera se atrevió a ver su reflejo en el agua. El cuervo acercó la antorcha al estanque y le pidió a la ranita que mirara lo profundo: en el fondo había perlas.

Continuaron avanzando hacia la linde del estanque, donde una zona estaba iluminada por medusas, lianas de las que nacían flores fluorescentes y las perlas del fondo. Juntos, admiraron la belleza de la luz y la sombra.

—Conserva la antorcha. Todos necesitamos una luz, no para huir de la oscuridad, sino ver a través de ella. Tú misma has visto lo que se esconde en la sombra. Siempre puedes descubrir algo bello con la luz adecuada o destruirlo —dijo el cuervo, mientras sentía como su garganta se cerraba. Solo podía decir una palabra más.

La ranita mantuvo la mirada baja todo el tiempo, pero sonreía. Solo pudo decir “Gracias”.

El cuervo pudo haber dicho “Cuídate” o “Adiós”, pero prefirió decir “Hasta luego” mientras desaparecía, uniéndose a la oscuridad de la que había nacido.


LA RANITA QUE TEMÍA A LA OSCURIDAD | Pseudónimo: Esopo postmoderno que corresponde a Ernesto Ruiz Malpica del estado de Veracruz.

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