Sobre perritos – Reto Semanal – Semana 13

Britos no siempre se llamó así. Antes, se llamaba Milo y vivía en una casa de la colonia Moderna. Era un perro normal que jugaba, comía croquetas y dormía en una cama suave. Pero cuando su dueño se cambió de casa, decidió que no se llevaría a Milo al nuevo hogar. Lo amarró a un árbol en un parque cercano y se fue. Milo ladró e intentó liberarse, pero no pudo. Pasaron las horas y Milo se debilitó. Dejó de ladrar y de mover la cola. Por la madrugada, Toño lo vio y se acercó. Nunca había tenido una mascota, de hecho, nunca nadie había dependido de él. Lo liberó y Milo se puso feliz, lamía a Toño en agradecimiento. Toño le dio agua y compartió su comida con él. Desde ese momento, Milo no se separaría de Toño. Así fue como Milo se convirtió en Britos, el nombre que Toño le puso.

Al principio, Britos no se acostumbraba a su nueva vida: no le gustaba dormir en la calle, no le gustaba comer sobras de comida, y no le gustaba pelear con otros perros. Pero poco a poco fue entendiendo que Toño era lo único que tendría. Toño lo protegía de los malos tratos de la gente, de la policía y de los otros vagabundos.

Hace unas semanas, un bulto comenzó a brotar de la panza de Britos. Ni siquiera Toño había ido al médico en años, pero se acercó a una veterinaria para llevar a su amigo. Con su voz aspirada y gritada, le pidió al veterinario que atendiera a Britos. Viendo la condición de Toño y de Britos, el veterinario no le cobró nada, le dio medicina y le dijo qué cuidados debería procurar para el perro. Toño nunca había cuidado a nada ni a nadie como lo hizo con Britos. A pesar de eso, Britos no sobrevivió muchos días.

Toño no sabe llorar. Sin embargo, le dio cariño, le habló, compartió su comida, aprendió a querer y cuidar de Britos. Britos se convirtió en todo lo que Toño necesitaba.

La otra vida de Milo | Raúl Rojas Roo

Actualización de, Comida caliente y unos Nike.

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