A dos cuadras de morir | Crónica

Casi treinta años he pasado por la misma calle a dos cuadras de mi casa, sin novedad. Pero este año ha habido algo distinto, en esa esquina y en León.

Un tipo de unos cuarenta años me cerró el paso al mismo tiempo que un joven quizá veinteañero me puso su navaja en un riñón, “ya valiste madre” me dijeron casi a coro. Jamás había visto esos rostros por ahí. Un tercer hombre vestido con bermudas y una playera blanca sin mangas se acercó desde el arroyo vehicular. Él no dijo nada, solo me dio dos puñetazos en la cara que me rompieron, uno los lentes y el otro la confianza. Durante esos interminables segundos solo podía pensar en no moverme ni chistar nada. Quise sacar un billete de la bolsa trasera izquierda del pantalón pero la navaja me lo impidió. Me dieron “vajilla” como dicen ellos, en poco más de treinta segundos durante los cuales el joven recargaba cada vez más su arma en mi espalda y el de bermudas de mezclilla me daba golpes en la cara y el cuerpo. Un auto se detuvo al ver la agresión mientras yo pensaba, “ojalá no haga nada para que no me entierre la navaja”. La comunicación entre ellos me permitió saber que eran sudamericanos y uno del ‘defe’. Se llevaron mi dinero, mi celular, mi vista y tres días, que fueron los que me duró el dolor de cabeza por tantos golpes.

Cuando corrieron los ladrones, una pareja descendió del auto que se había detenido. Ambos se acercaron a mí. “¿Cómo estás?”, preguntó él. Antes de poder contestarle, ella dijo: “Yo solo decía ‘que no se mueva sino lo van a acuchillar’”. Se ofrecieron a llevarme a casa, pero se sorprendieron de que viviera a dos cuadras de ahí. No lloré. Hace muchos años que no lloro, pero sentí algo mucho peor que el llanto: la cruel sensación de que estuve a dos cuadras de jamás volver a ver a mis seres queridos.

La inseguridad creció tanto que ahora es más grande que la tranquilidad de cualquiera de los leoneses. No son pocos los que cuentan que les ocurrió algo similar a lo que me pasó. Hay asaltos de día o de noche, en el centro, en plazas comerciales.

De regreso a casa, esas dos cuadras ahora me parecieron tan ásperas como el rostro del primer hombre. El picor en la garganta como el filo de la navaja del segundo. ¡Qué lindo cielo!… hay tantas estrellas como tatuajes en los brazos del tercer hombre.


A DOS CUADRAS DE MORIR | Raúl Rojas Roo

3 comentarios en “A dos cuadras de morir | Crónica”

  1. El título me gustó desde un inicio, pero aún más al terminar de leer la crónica. Eso de «a dos cuadras de morir» refleja una realidad muy fuerte. Gracias por compartir Roo, ¡¡Un abrazo desde Durango!!

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